martes, 1 de septiembre de 2015

La celda de un escritor

No es difícil imaginar una escabrosa celda de la Bastilla del siglo XVIII. La imagen puede llegar gracias a grabados estilo Gustav Dore, también por Anales enciclopédicos que retraten episodios de reos o, a alguna película de época medieval cuyo drama central sean torturas inquisidoras. Reduzco las opciones, pero puedo evocar la celda húmeda, la oscuridad a medias, las ratas merodeando, las raciones escasas de comida, los barrotes pesados y las piedras de pedernal, adoquinadas sobre las cuatro, aveces seis paredes. Y al igual, es posible relatar castigos físicos y mentales; castigos atroces, creados con método por hombres  que culpan a otros (muchos de ellos inocentes) de cometer actos atroces. Lo atroz remedia lo atroz. No describiré castigo alguno de una cárcel épica, porqué este escrito no tiene fines viscerales. Insistiré en decir que cualquier infierno puede ser fácilmente reproducible por la imaginación de cualquier lector, relatarlo es otra cosa. Pienso entonces en el cuento el pozo y el péndulo de Edgar Allan Poe, donde él si logra describir la situación de un preso y de una celda mejor de lo que yo podría, y me detengo con asombro en el final del relato; justo antes de que la inquisición diera por terminada la cruel tortura infligida al condenado, irrumpen en la cárcel las tropas de la revolución francesa, liberan a todos los presos; el condenado encuentra la salvación y escapa a la muerte. El asombro me viene; además que por la prosa persuasiva que atrapa cualquier relato de Poe,  por la reminiscencia que hago en las  convulsas fechas en la Europa de mediados del siglo XVIII  y que mezclo con el cuento, y en hallar similitud entre el relato y lo acontecido en la vida del Marquez de Sade que después de 13 años preso, la revolución irrumpe su condena perpetua y al igual que el reo del pozo y el péndulo, es liberado en afortunada eventualidad.    

Me valgo entonces de una celda en la Bastilla, y en ésta, ubico al Marquez de Sade; escribiendo incansable día y noche, refulgiendo de su pluma, de su mente y de su espíritu los actos, nombrados por antonomasia, sádicos. Hablar de la obra de Sade, es tanto complejo como polémico, hubo quienes no dudaron en considerarla con cierto culto: Flaubert, Dostoyevsky, Swinburne, Rimbaud y Apollinaire, son algunos, y quienes por el contrario, no dudaron en echarla al fuego; este es el caso de Napoleón Bonaparte, quien después de hacer arder la novela “Justine” dijo lo siguiente: “Es el libro más abominable jamás engendrado por la imaginación más depravada”. 

Por mi parte diré, que la expresión en la obra de Sade, es comparable con lo que puede mostrar (salvaguardando las diferencias del lenguaje escrito y visual) una película de Lars von Trier; en donde no hay resquicio para lo correcto, la serenidad o la aparente cordura y, todo en cambio obtiene una suerte de abismo insondable; que de alguna manera nos reta a caer, a aceptar vértigo permanente. Pudo ser el retrato de un espíritu vicioso y archi-loco, lo que llamo la atención de Dostoyevsky; en Sade las vejaciones de sus personajes lograron sostenerse mediante sofismas y Axiomas que  argumentó  y se empecino en mostrar: correctas, ciertas y evidentes. Las generaciones siguientes a Sade rescataron del fuego su obra; pasó de ser abominable a fascinante, claro está que después de que hombres como Schopenhauer, Nietzsche y Freud dieran a la ciencia, filosofía y arte, el regalo de revelar los secretos más oscuros de la condición humana, debo anotar al arte como el mayor benefactor; utilizó tales revelaciones como sustrato y a su ves dio a conocer las ideas que hoy llamamos de vanguardia, solo haría falta hablar de Andre Breton y los surrealistas o de escritores realistas del siglo XIX para demostrarlo y, volver a Dostoyevsky y a su personaje Rodión Románovich que a diferencia de Sade le fue imposible sostener el asesinato de una vieja usurera (la culpa termino por devorarlo). Aclaro que Sade jamás asesino a nadie, se le juzgó por haber escrito con toda libertad de consciencia los bacanales que gran parte de la aristocracia europea practicaba. A propósito de Freud y Schopenhauer -sin perder de vista a Sade-, el primero nos enseña en su libro introducción al psicoanálisis que un hombre bueno es aquel que se contenta solo con soñar lo que los hombres malos hacen, el segundo, que no existe diferencia entre la creación artística y un sueño, apelo además: a la mente liberal de hoy día.

Rodión Románovich en los primeros capítulos de Crimen y castigo, anheló la libertad de conciencia, desprenderse de la moral; ventaja que poseían los personajes de Sade o el propio Sade. Rodión quiso parecerse a Napoleón. Al asesinar a la usurera, Rodión Románovich demostraría si era capaz de ser un hombre más allá del bien y del mal, el criterio era que solo un espíritu grande podía asesinar sin sentir culpa ni ser juzgado, en esto último fallo Sade, pero no Napoleon, el mismo Napoleón que incendió una de las novelas de Sade -no sé cuantos pecados le aterraron de ésta -, el mismo Napoleón que vio con ojos que sueñan (lo imagino) la cabeza de centenas desprenderse por la guillotina, él, que caminó por los campos humeantes que conquistó, y vio montones de cuerpos gentiles y sobre todo generosos; destrozados por los cañones y las ballestas, el mismo Napoleón que en esencia, la historia recuerda como imagen y semejanza de Marte, pero al que no le gustaba los pecados por escrito.

Quiero añadir, que no es de manera gratuita, la relación entre una celda y un escritor; utilizo los siguientes ejemplos, comprobables en todo caso: Dostoyevsky que tanto le gustó la obra de Sade, estuvo de igual manera preso, Oscar Wilde, escritor irlandés, cumple con lo que indico; le gustó la obra de Sade y estuvo preso, Cervantes, el gran Cervantes, también estuvo preso, pero éste no conoció a Sade, pero Sade alucinó con el Quijote.    


Sí mis intentos de relacionar éstas vidas notables y ante todo artísticas, es insuficiente y tiendo a  diluirlo o colocarlo sin matices. Solo haría falta ahondar un poco más y, descubrir cómo, por el contrario, los itinerarios de quienes escribo, confluyen en puntos de contacto muy precisos. El primero puede ser que el arte y hablo del arte en general, jamás a cumplido la función de salvar a nadie, que ni siquiera la intención de hacerlo es suficiente, Vincent van Gogh que persiguió ese noble propósito toda su vida termino por pintar la gran mayoría de sus hermosos cuadros en los últimos años; antes de pegarse un tiro, empujado por la desesperanza. El segundo,  que antes de que un artista se valga de las desgracias como catalizador de su obra; hablo de Sade, Dostoyevsky, Wilde, Cervantes (presos) haciendo su obra; me ilumina la idea, que ni siquiera, estas duras circunstancias impidieron su obra. Pienso ahora en Borges ciego y Beethoven sordo como paradojas tremendas. Por ultimo concluyo que el arte es ante todo redentor, no nos salva de nada (ni aun de nosotros mismos), pero sí, tiene el atributo de reconciliarnos con la vida.      

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