miércoles, 21 de octubre de 2015

Retrato hablado de un Dragón

Son muchos los monstruos o seres que inspiran terror, escozor..., que son sublimes. La relación unívoca de estos seres múltiples e infinitos es una sola cosa, son en todo caso imaginarios o, mejor imaginables. Y si son imaginados, se puede decir sin reparo; son reales y de verdad existen, se han colado entre la grieta del delgado tabique que separa la realidad y el otro lugar que muchos llaman de fantasía, onírico, oscuro, indescifrable  y hasta mejor (como el cielo) comparado con la escueta cotidianidad. A continuación un retrato hablado del Dragón, por Jorge Luis Borges en colaboración de Margarita Guerrero.


El dragón posee la capacidad de asumir muchas formas, pero estas son inescrutables. En general lo imaginan con cabeza de caballo, cola de serpiente, grandes alas laterales y cuatro garras cada una provista de cuatro uñas. Se habla asimismo de sus nueve semblanzas; sus cuernos se asemejan a los de un ciervo, su cabeza a la del camello, sus ojos a los de un demonio, su cuello al de la serpiente, su vientre al de un molusco, sus escamas a las de un pez, sus garras a las del águila, las plantas de sus pies a las del tigre y sus orejas a las del buey. Hay ejemplares a quienes les faltan orejas y que oyen por los
cuernos. Es habitual representarlo con una perla, que pende de su cuello y es emblema del sol. En esa perla está su poder. Es inofensivo si se la quitan.
La historia le atribuye la paternidad de los primeros emperadores. Sus huesos, dientes y saliva gozan de virtudes medicinales. Puede, según su voluntad, ser visible a los hombres o invisible. En la primavera sube a los cielos; en el otoño se sumerge en la profundidad de las aguas. Algunos carecen de alas y vuelan con ímpetu propio. La ciencia distingue diversos géneros. El dragón celestial lleva en el lomo los palacios de las divinidades e impide que éstos caigan sobre la tierra; el dragón divino produce los vientos y las lluvias, para bien de la humanidad; el dragón terrestre determina el curso de los arroyos y de los
ríos; el dragón subterráneo cuida los tesoros vedados a los hombres. Los budistas afirman que los dragones no abundan menos que los peces de sus muchos mares concéntricos; en alguna parte del universo existe una cifra sagrada para expresar su número exacto. El pueblo chino cree en los dragones más que en otras deidades, porque los ve con tanta frecuencia en las cambiantes nubes. Paralelamente Shakespeare había observado que hay
nubes con forma de dragón («some times we see a cloud that’s dragonish»).
El dragón rige las montañas, se vincula a la geomancia, mora cerca de los sepulcros, está asociado al culto de Confucio, es el Neptuno de los mares y aparece en tierra firme. Los reyes de los dragones del mar habitan resplandecientes palacios bajo las aguas y se alimentan de ópalos y de perlas. Hay cinco de esos reyes; el principal está en el centro, los otros cuatro corresponden a los puntos cardinales. Tienen una legua de largo; al cambiar de postura hacen chocar a las montañas. Están revestidos de una armadura de escamas amarillas. Bajo el hocico tienen una barba; las piernas y la cola son velludas. La frente se proyecta sobre los ojos llameantes, las orejas son pequeñas y gruesas, la boca siempre abierta, la lengua larga y los dientes afilados. El aliento hierve a los peces, las exhalaciones del cuerpo los asa. Cuando sube a la superficie de los océanos produce remolinos y tifones; cuando vuela por los aires causa tormentas que destechan las casas de las ciudades y que  inundan los campos. Son inmortales y pueden comunicarse entre sí a pesar de las distancias que los separan y sin necesidad de palabras. En el tercer mes hacen su informe anual a los cielos superiores. 

El Libro De Los Seres Imaginarios

Jorge Luis Borges Margarita Guerrero

             

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