miércoles, 18 de noviembre de 2015
El animal soñado por Poe
En su Relato de Arthur Gordon Pym de Nantucket, publicado en 1938, Edgar Allan Poe
atribuyó a las islas antárticas una fauna asombrosa pero creíble. Así, en el capítulo XVIII se
lee:
Recogimos una rama con frutos rojos, como los del espino, y el cuerpo de un
animal terrestre, de conformación singular. Tres pies de largo y seis pulgadas de alto
tendría; las cuatro patas eran cortas y estaban guarnecidas de agudas garras de color
escarlata, de una materia semejante al coral. El pelo era parejo y sedoso,
perfectamente blanco. La cola era puntiaguda, como de rata y tendría un pie y medio
de longitud. La cabeza parecía de gato, con excepción de las orejas, que eran caídas,
como las de un sabueso. Los dientes eran del mismo escarlata de las garras.
No menos singular era el agua de esas tierras australes: Primero nos negamos a probarla, suponiéndola corrompida. No sé cómo dar una
idea justa de su naturaleza, y no lo conseguiré sin muchas palabras. A pesar de correr
con rapidez por cualquier desnivel, nunca parecía límpida, excepto al despeñarse en
un salto. En casos de poco declive, era tan consistente como una infusión espesa de
goma arábiga, hecha en agua común. Éste, sin embargo, era el menos singular de sus
caracteres. No era incolora ni era de un color invariable, ya que su fluencia proponía
a los ojos todos los matices del púrpura, como los tonos de una seda tornasolada.
Dejamos que se asentara en una vasija y comprobamos que la masa del líquido
estaba separada en vetas distintas, cada una de tono individual, y que esas vetas no se
mezclaban. Si se pasaba la hoja de un cuchillo a lo ancho de las vetas, el agua se
cerraba inmediatamente, y al retirar la hoja, desaparecía el rastro. En cambio, cuando
la hoja era insertada con precisión entre dos de las vetas, ocurría una separación
perfecta, que no se rectificaba en seguida.
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