sábado, 21 de noviembre de 2015
El fin de los seres imaginarios
El nombre de este libro justificaría la inclusión del Príncipe Hamlet, del punto, de la línea,
de la superficie, del hipercubo, de todas las palabras genéricas y, tal vez, de cada uno de
nosotros y de la divinidad. En suma, casi del universo. Nos hemos atenido, sin embargo, a
lo que inmediatamente sugiere la locución «seres imaginarios», hemos compilado un
manual de los extraños entes que ha engendrado, a lo largo del tiempo y del espacio, la
fantasía de los hombres.
Ignoramos el sentido del dragón, como ignoramos el sentido del universo, pero algo
hay en su imagen que concuerda con la imaginación de los hombres, y así el dragón en
distintas latitudes y edades.
Un libro de esta índole es necesariamente incompleto; cada nueva edición es el núcleo
de ediciones futuras, que pueden multiplicarse hasta el infinito.
Invitamos al eventual lector de Colombia o del Paraguay a que nos remita los nombres,
la fidedigna descripción y los hábitos más conspicuos de los monstruos locales.
Como todas las misceláneas, como los inagotables volúmenes de Robert Burton, de
Fraser o de Plinio. El Libro de los Seres Imaginarios no ha sido escrito para una lectura
consecutiva. Querríamos que los curiosos lo frecuentaran, como quien juega con las
formas cambiantes que revela un calidoscopio.
Son múltiples las fuentes de esta «silva de varia lección»; las hemos registrado en cada
artículo. Que alguna involuntaria omisión nos sea perdonada.
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